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28 de febrer 2019

La ética y tú

Sergio Dantí Mira

Toda tu vida estás nadando entre mares de ética, pero no lo sabes.

Así como el pez de las profundidades quizás no tenga conciencia de estar en el agua, tú no ves la ética rodeándote constantemente, mientras ella sí te ve, tomando decisiones que quizás no le gusten. ¿Por qué? Porque quien marca tus decisiones es tu emoción y luego, tu moral.

Entonces, aclaremos: ¿Ética no es lo mismo que moral? Sí y no.

Ética viene del griego ethos, costumbre. En cambio, moral viene del latín mos-moris, costumbre. O sea que etimológicamente ambas significan lo mismo pero, en el devenir de los tiempos, han ido significando dos cosas diferentes:

La moral se ha quedado en el estudio y «gestión» de las normas de comportamiento de una sociedad dada en un momento dado. Para los mayas era «moral» matar a sus cautivos arrancándoles el corazón. O el suicidio para muchos grupos humanos (samuráis). O la esclavitud durante casi toda nuestra historia como humanos. La “moral cristiana” nos ha perturbado durante muchos siglos y aún lo continúa haciendo. Para la Inquisición, quemar vivas a mujeres inquietantes era moralmente correctísimo. Encubrir pederastas —cuando es un código por todos aceptado—, puede haber devenido también un hecho moral. Pero «algo» nos perturba interiormente: no es ético.

La ética, se supone, intenta hallar el factor común a todas las morales para construir una única ley de comportamiento humana definitiva, que sea lo más amplia y precisa posible. Uno de los principios éticos más conocidos es el de «no hagas a los demás lo que no te gustaría que te hicieran a ti», por ejemplo. Sirve para todas las situaciones y países y sociedades. Tiende a la universalidad. Otros ejemplos podrían ser los trabajosamente logrados Derechos Humanos, reconocidos por la ONU.

Diríamos entonces: la ética es una moral que tiene una finalidad que va más allá de servir para cohesionar un grupo o disciplinarlo: persigue apoyar la evolución del ser humano como tal. Como especie.

Los animales tienen normas sociales —quizás morales— de jerarquías, etc. Podríamos arriesgarnos a llamarlo moral. Pero carecen de ética. Un animal tiende a compensar su necesidad sin preocuparse de normas: tanto le da comerse un bebé de antílope como a otro animal enfermo. Buscan saciar su necesidad en el momento sin preocuparse de si es lícito, bueno o inadecuado: lo hacen y se acabó. Son los impulsos del que llamamos cerebro primitivo o reptiliano. No tienen líneas éticas sino que satisfacen sus deseos inmediatos. Esto es lo que hacen los animales, recordad.

Los humanos participamos de estos impulsos instintivos: todos sabemos lo que es un arrebato de ira, o de celos, y podemos comprender perfectamente a quienes lo sufren. Pero eso, no justifica que demos rienda suelta a esos sentimientos. Nos dicen que «es natural» y así lo sentimos: «es natural actuar así, espontáneamente», podemos entender que «llevamos dentro» muchas irracionalidades. Pero lo ético se da cuando decidimos que «hacerles caso» nos lleva a un mal mundo, y que decidimos limitar la libre expresión de dichas irracionalidades, porque tenemos un pensamiento «superior». Y es «superior» porque tiene un componente de cambio, que lo impulsa hacia un sistema ético más «alto», más adecuado a lo que procesan los lóbulos frontales, los más desarrollados en los humanos, en las últimas centurias. O sea: evolución. Desde el cerebro reptiliano hasta el más desarrollado. Eso es lo que implica la ética. Un bien superior no religioso: material y lógico. Una moral con sentido ascendente.

Los humanos hemos llegado a ser lo que somos gracias a la ética. Gracias a que tenemos una admiración por los valores que vamos construyendo poco a poco y nos permiten superar nuestra etapa más animal. En este sentido, la tesis de Freud en El Malestar en la Cultura, tiene parte de razón: Es la sublimación de estos impulsos destructivos y agresivos la que nos lleva a los humanos a crear una ética, para poder controlarlos, manejarlos, sublimarlos —es decir, transformarlos en acción creativa y no destructiva— y así hacer crecer las conquistas humanas.

Nuestra sociedad:


La ética, en nuestra sociedad se manifiesta muy desigualmente. La primera línea del Poder quiere gente sin culpas, que actúen sin rayas rojas y que se centren en sus objetivos: satisfacer su ansia de crecer y asimilar (comerse) cuanto les rodee, para llegar al número 1. O sea, si seguimos nuestro razonamiento, que actúen como animales. Con moral empresarial… pero sin ética. Hablamos del cerebro ingenioso pero no evolucionado del animal. Pero que no haya evolucionado éticamente no significa que no sea inteligente. Y una inteligencia aguda pero sin límites ni culpas, es la que puede destruir el mundo. Hitler es un ejemplo que me viene a la cabeza. Trump se acerca peligrosamente.

Así es como actúan muchos ejecutivos de las todopoderosas empresas: van a conquistar, como lo hacían antaño (¡y hogaño!) los jefes militares (Es curioso que todos los países tengan Ministerios de Defensa, siendo que en ningún país del mundo existe un Ministerio de Ataque). No han pasado por el tamiz de la ética puesto que sus decisiones —que pueden llevar el mundo a la ruina—, no tienden a mejorar la evolución humana, a ser parte del desarrollo de la humanidad: tienden a satisfacer su necesidad de ser los primeros, los más ricos, de ganar o humillar al adversario. Un comportamiento animal.

Para ocupar un puesto en esas empresas, no puedes ser un «flojo» con «pruritos». No sirves: Eres un engranaje de un sistema, de una máquina. Si no cumples tu función exacta —o sea: si no dejas de ser tú y pensar por tu cuenta (tener tus propias reglas morales o «tener ética»)—, no sirves y serás expulsado del mecanismo porque no funcionas. No serás un «funcionario». Me recuerda a los prisioneros en la cantera de Mauthaussen, en la famosa Escalera de la Muerte, subiendo bloques de piedra hasta caer muertos de cansancio o agotamiento. En ese momento, los otros prisioneros tenían que hacerte a un lado para poder seguir subiendo, para buscar su oportunidad de sobrevivir. Y también me hace pensar que los que encarcelan, los nazis, lo que buscaban era hacerte perder tu ser ético. Y reían contentos cuando lo habían conseguido. Los carceleros de hoy, que buscan humillar, persiguen lo mismo.

En síntesis, queridos amigos: estamos en manos de animales. Muchos nos quedamos atrás, viendo la carnicería de primera línea, viendo la destrucción de la naturaleza y lamentando tanto horror. Decidimos guardar la ética para las futuras generaciones, pero nos damos cuenta de que no estamos en el punto donde se centra la atención del mundo. Seguimos comentando entre nosotros mientras los tiburones se destrozan a dentelladas para ver quien come a quien. Y la ética, parece ser de «perdedores».

No nos aflijamos: desde su punto de vista, los perdedores son los que no son como ellos.
Pero sabemos que somos nosotros, los que creemos y apoyamos los comportamientos éticos, los que llevamos adelante la Evolución Humana. Ellos solo se aprovechan de nuestros avances. Pero eso es materia de un nuevo capítulo:

LO QUE EL CAPITALISMO NOS ROBÓ.


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